El triunfo del zumo de naranja
Es ofensivo que cueste tanto encontrar un
saco de naranjas especiales para zumo que den buen zumo. O están demasiado
verdes, o son muy pequeñas, o te encuentras dentro una piedra. Bueno, no, eso te
pasó con una bolsa de patatas. Una piedra pesa más que una patata. Hablando de
piedras, y de patatas, ayer noche tuviste un atisbo de depresión, ¿te acuerdas?
Estabas ya tumbado en la cama y te costaba dormir, notabas el colchón
viscoelástico (elasticidad viscosa, viscosidad elástica, sea como sea no
resulta una evocación agradable, dentro del jergón una masa gelatinosa que se
mueve y revuelve con tu respiración). Al cabo de un rato la mano que reposa
bajo la almohada, también viscoelástica, se te empieza a dormir. ¿En qué soñará
una mano cuando se duerme? ¿Sus sueños eróticos serán las pajas o mejor todos
esos recuerdos que te ayudan a ti en tus pajas?

Llegan a ti algunos pensamientos negativos, ha sido una semana rara, algo vacía. No has tenido ni una pizca de inspiración y tampoco has cumplido aquello de que la inspiración te pille trabajando, frase otorgada a Picasso. Has escrito poquísimo, a pesar de que en tu interior hay algunas ideas interesantes: la del reflejo, la de las citas y sobre todo la del fin del mundo. Tu gran proyecto. Si, la cuestión es ver si tu proyecto es grande o tú eres demasiado pequeño. Pero no se trata tanto de la falta de inspiración como de la falta de voluntad, y la falta de voluntad te ha llevado -mano dormida bajo la almohada, la forma de tu cuerpo marcando el colchón- a pensar que quizá estás algo deprimido. Nunca lo has estado así que no sabes cómo es. Sin embargo lo has buscado (páginas especializadas, nada de lo primero que aparece en el buscador) y resulta que la falta de voluntad es una de las características o de los síntomas más preclaros de la depresión. Mierda. Entonces te dices que no, que mañana te levantas y ya verás qué voluntad, qué energía, qué fuerza, qué constancia en el trabajo.
Y te has levantado, sabiendo que cientos o quizá miles de noches antes ya te habías enviado a ti mismo ese mensaje, y te has tomado un zumo de naranja, de naranjas pequeñas y algo ácidas, duras, así hacerse un zumo con un exprimidor manual cuesta. Pero va bien contra la formación de piedras en el riñón, reduce el riesgo de infarto, disminuye el colesterol, combate la tendencia a la obesidad, mejora el trato intestinal (pasas de tratarle de tú a tratarle de usted, quizá) y muchos más beneficios que has encontrado en una web -especializada, no generalista- y te lo tomas rápido mientras la cafetera empieza a sacar humo. Gracias a la radio sabes que hace frío y no es que tú sientas frío. Vamos, te dices siguiendo el mensaje de ayer noche que consiguió evitar la paranoia depresiva que nunca antes habías experimentado, si descuentas las crisis breves de momentos dramáticos que mejor no recordar ahora.
Y te activas. Trabajas, buscas trabajo porque
éste te motiva poco y está mal pagado, creas un portafolio para presentar lo
que haces, lo que sabes hacer, lo que realmente te gusta saber hacer. Luego
trabajas un poco más. Lo bueno de madrugar es que cuando ya has hecho muchas
cosas todavía es temprano, lo malo es que luego, poco después de cenar, ya
estás cansado. Te preguntas -y te reprochas- por qué necesitas tener esos
momentos malos, esos ataques de automalrollismo
para activarte de repente. Recuerdas esa frase que ya has repetido más
veces en tus escritos: solo los que se mueven
sobreviven, pues hazlo, joder. Y mientras lo haces, saboreas aún la acidez
y el gusto agradable del zumo de naranja.