Mirar qué hay de segundo antes de elegir el primero
Te sientas en la mesa del restaurante y pides
la bebida mientras abres la carta. Delante quizá tengas a una amistad, a
alguien que es más que eso, una persona que deseas que sea más que eso, a una
compañera o compañero de trabajo o a un simple desconocido. Miras el menú que
te propone tres o cuatro platos de primero a elegir, tres o cuatro segundos,
vino o agua, postre o café. Puede que entre los cuatro primeros al acto sepas
cuál quieres, pues destaca entre los demás y se te aviva el apetito e incluso
empiezas a segregar saliva al imaginarlo. Si es así, si ya tienes el primero
clarísimo, elegir el segundo es más fácil puesto que basta con que rime un poco
con el otro, que vaya en cierta consonancia. No pedirás dos veces pescado o dos
veces carne, dos arroces ni dos pastas (o sí, pero no es tu caso). No pedirás
dos comidas a base de fécula, en general buscas cierta compensación, un equilibrio
entre lo sano y lo delicioso, que no tienen por qué estar reñidos pero a menudo
lo están. Dudas en el segundo un poco, que sí pollo o que si carne, que si
pescado o que si la clásica opción vegana que ya aparece en casi todos los
menús de casi todos los restaurantes: hamburguesa de tofu con setas, por
ejemplo. Te decides rápido, el primero ha marcado las pautas y el segundo, a
pesar de no carecer de importancia, para ti es secundario.

La persona que tienes delante sin embargo tarda más que tú y te dice que no lo tiene claro. Ya sea porque todos los primeros le gustan o porque no le acaba de gustar ninguno en especial, decide mirar los segundos antes de decidir el primero. El segundo plato marcará qué elegir de primero. Puedes encontrarte, claro está, que sea de esas personas que cuando llega el camarero o la camarera, le pregunte aquello de: "¿puedo pedir dos primeros?". El camarero o camarera le dirá que sí, le dirá que no, le dirá que tiene que preguntarlo o que sí pero entonces el precio del menú varía. Sin embargo no estamos en esta situación. Estamos en la situación en que tu interlocutor o interlocutora no se decide por los primeros y prefiere antes mirar los segundos. Esto, evidentemente y más en el caso de esta columna, como ya viene siendo habitual, es una metáfora.
En determinadas ocasiones la vida, las
casualidades o causalidades que hay en ella, te ponen en una disyuntiva que, si
lo miras bien, tú solo te has buscado y, por lo tanto, solo tú puedes resolver.
Esta disyuntiva, buena o mala, atractiva o desagradable, que se deriva única y
exclusivamente de no haber tomado antes una decisión. Ser indeciso es algo
derivado de la inseguridad provocada por la educación o la experiencia y no
solo acarrea consecuencias para uno mismo, pues todo se demora y se hace más
complicado en la estúpida lucha (no es estúpida siempre, pero sí muchas veces)
entre el instinto y la razón, entre la tentación de seguir al impulso y la
necesidad de calma. Ser indeciso provoca también consecuencias en los demás, en
los que forman parte de tú órbita igual que tú formas parte de la suya, no como
satélites sino como planetas del mismo sistema. Si tu indecisión en algo que
incumbe a más personas te causa una demora, causa una demora en esas personas,
las coloca en una posición siempre incómoda de stand by que acaba poniéndolas nerviosas -normal- y hace que te
asesoren sobre qué decidir, que te intenten vender las cualidades de una
decisión o de otra e incluso que dejes que decidan por ti con la también
clásica: "¿tú que me aconsejas?" que no deja de ser un "dime que me pido", en
el caso del restaurante. Pero sustituyamos al plato por decisiones mucho más
relevantes o hagamos una reversión de papeles e imaginemos que nosotros somos
uno de los platos, allí escritos en la carta, y vemos como esa persona indecisa
pasa sus ojos una y otra vez por encima de nosotros y de nuestros compañeros de
carta que, en ese momento, pueden considerarse, dependiendo de cómo se tome uno
las cosas, en rivales. El plato de la crepe de calabacín y queso quizá esté
gritando: "¡elígeme a mí, elígeme a mí!"; el de guisantes salteados con jamón
sin embargo se mantiene a la espera, el plato de canelones de merluza te hace
un más que buen argumentado discurso sobre las razones por las que debes
elegirlo a él, mientras que, por último, el de ensalada de la casa usa la
táctica de desprestigiar a los demás para prestigiarse a sí mismo, que lo
convierte en mayor ración de desprestigio. En el momento que sus ojos bajan
hasta los segundos platos, todos los primeros se sentirán ofendidos, puesto que
pasan a un segundo plano, quedan relegados a esperar si los segundos
condicionan el hecho de que les elijan a ellos. Con ese paso de un plato al
siguiente sin decidir el primero, el mensaje que estás dando es: no eres
suficientemente bueno para mí, estoy buscando a ver si aparece otra opción
mejor. Cuando esa persona dice, ya está, de segundo pollo al roquefort y entonces
claro, de segundo ensalada. Pero lo bueno de la carta es el pollo con
roquefort, el primero ya no tiene tanta importancia. Todos quieren ser la
opción buena, ser la segunda o la de descarte es desagradable siempre. Por eso
es importante decidirse a dejar de ser indeciso o indecisa, elegir sin
demasiada dilación, el mundo ya está lleno de perdices mareadas y todos hemos
sido perdiz alguna vez, o hemos esperado a que ningún segundo fuera
suficientemente bueno como para seguir siendo los primeros. Pero hemos
aprendido que eso no nos ha aportado nada, o deberíamos haberlo aprendido,
puesto que contentarse con ser elegidos o elegidas por descarte nos hará ser
siempre la opción elegida porque la otra ha resultado ser indigesta, no porque
la nuestra se haya valorado como se merece. No sé si me explico.