... y tiro porque me toca
Como ese momento en la partida de ajedrez en
la que de repente ves el camino hacia el jaque mate y te pones nervioso, sube
la adrenalina (sí, en una partida de ajedrez) y empiezas a dar pistas
infalibles a través de tu comunicación no verbal (gestos con las manos, la cara
de avidez, movimientos inquietos en la silla) que deben o deberían alertar a la
persona contra o con la que estás jugando. Yo sería lamentable jugando al
póquer, mis cartas podrían leerse no en el cristal de mis gafas sino en el
cristalino de mis ojos, cada poro de mi piel revelaría mi jugada. Me resulta
curioso que en ese momento en que ves la jugada clave es cuando más nervioso me
pongo. La posibilidad de lograrlo, que antes era remota, se muestra; la puerta
que has sabido siempre que estaba allí, pero que solo has visto cerrada, ahora
está abierta. Ya la podrías haber abierto tú antes, la verdad.

La vida es como un juego en el que siempre te toca mover ficha a ti. Si no juegas, la partida se queda estancada o, como mucho, te conviertes en un mero espectador. En todas las partidas que juegas hay un momento en que te toca mover, si no es que no estás jugando. He puesto el ejemplo del ajedrez porque esta mañana me parece muy adecuado para reflejar la forma en la que he ido o estoy viviendo: cuando juego, nunca tengo un plan inicial, voy tirando, avanzando caballos, alfiles y peones, sacando a la reina cuando quiero ser más agresivo, a veces simplemente moviendo para evitar que te coman o maten una pieza. Hasta que, si no me están machacando, que sucede a menudo, de repente se dibuja un camino: si muevo el caballo allí, la otra persona tendrá que desplazar la torre y entonces yo podré poner la reina allá y hacer un jaque que... El movimiento del otro, si no se adapta al plan que he creado en mi mente, me molesta, es un obstáculo, una pérdida de tiempo, tengo allí mi jugada maestra (o simplemente vencedora aunque sea algo torpe) y solamente pienso en ella. En ese plan suelen aparecer, a parte de los movimientos del otro, errores propios, básicamente que pensabas que poniendo la torre en tal casilla ya lo tenías pero resulta que no, que su rey todavía puede escaparse entre dos peones y tienes que sacar la otra torre, atrapada por el muro de los soldados de su mismo bando. Una vez fijado el objetivo, lo reconozco, cualquier tropiezo se me hace una montaña, pero me toca a mí, o sea que tiro.
Y decía que siempre te toca mover ficha ya
que aunque sea el turno del otro, ese movimiento, si has jugado bien, seguirá
el camino que tú has marcado, vendrá condicionado por tu jugada anterior, de
manera que su tirada no deja de ser la tuya, también. No sé si me explico. Tampoco
debes dejar de jugar ya que entonces fastidias la partida a los demás, como el
que a medio parchís decide que se está aburriendo (siempre es alguien que no va
ganando) y quiere plegar, fastidiando a los demás que, sí, pueden seguir
jugando, pero no es lo mismo. Así que siempre te toca a ti, cuando es tu turno
y cuando no. Es una partida en la que juegan todos aquellos que forman parte de
tu mundo, grande o pequeño, en la que hay unas normas para que el juego sea en
igualdades y sin trampas, y unas normas morales que son individuales (no
obstante sean primariamente sociales) que hacen que no mates todas las piezas
del otro en el ajedrez o que no te comas siempre las fichas del mismo
adversario en el parchís. O al menos yo no lo hago. Yo voy a mi partida
respetando la partida que juegan los demás. Quizá esté pareciendo que planteo
el vivir como una rivalidad entre personas, y no es así. Si bien es cierto que
en ocasiones los objetivos de dos o más personas son el mismo y entonces sí,
hay una rivalidad (la gente que se presenta a la misma plaza laboral, los que
buscan aparcamiento en la misma zona durante el mismo momento, todos los que
compran un boleto de lotería), pero solo los necios convierten esa rivalidad en
una guerra, en lugar de en una posibilidad de mejorar o de superarse. Ganar una
partida al ajedrez no es demostrar que eres más listo que el otro, no es un "toma
ya, te he ganado", es un "bien jugado, buena partida" tanto si se gana como si
se pierde. Nos movemos por ese mundo nuestro y de todos con unos objetivos casi
siempre mirando al horizonte quimérico de la felicidad y conseguirlos no es
pisar a los demás ni manipularlos, es jugar tu partida respetando las otras,
sabiendo que no se puede ganar siempre pero perder siempre tampoco y que, en
general, la mayoría de veces que pierdes es más por demérito propio que por
mérito ajeno y que la mayoría de oportunidades aprovechadas es más por mérito
propio que por demérito ajeno. Así que sea cuando sea, tira, que te toca.